Esta es la descripción del orador perfecto según Cicerón

POR: MUNDO JURÍDICO 

Descripción del orador perfecto en lo que se refiere a conocimientos

1. De otras ciencias

a) Dialéctica

Pues bien, pienso que es característica del orador perfecto no sólo el tener la cualidad que le es propia, es decir, perorar largo y tendido, sino también el aprender la ciencia vecina y limítrofe de los dialécticos. Aunque parece que una cosa es un discurso y otra una discusión, que discutir no es lo mismo que perorar, sin embargo una y otra cosa consisten en explicar algo; discutir y hablar es propio de los dialécticos, perorar y adornar las palabras es propio de los oradores. Aquel famoso Zenón, padre de la doctrina estoica, sabía señalar con la mano la diferencia entre ambas partes; efectivamente, apretando los dedos y formando un puño, decía que así era la dialéctica; y abriendo los dedos y extendiendo la mano, decía que la elocuencia era semejante a esa mano extendida. Y antes que él, ya Aristóteles dijo, al comienzo de su Retórica, que la elocuencia es algo así como el contrapunto de la dialéctica, de manera que, según da a entender, la diferencia entre ellas consiste en que el arte de la elocuencia es más ancha y el de la dialéctica más estrecha.

Yo pretendo, pues, que el orador perfecto conozca del arte de la dialéctica todo lo que pueda trasvasar al arte de la elocuencia. Y la técnica de la dialéctica —cosa que a ti, conocedor de estas técnicas no se te oculta— ha tenido un doble método de enseñanza: efectivamente, el de Aristóteles, que transmitió múltiples reglas para razonar, y el posterior de los llamados dialécticos, que parieron otros muchos preceptos más sutiles. Así pues, pienso que el que es atraído por la gloria de la elocuencia no debe desconocer en absoluto esas técnicas, aunque es igual que esté instruido ya en la antigua técnica de la dialéctica, ya en esta nueva disciplina de Crisipo. Ha de conocer el significado, la forma y la categoría de las palabras, tanto aisladas como en combinación; después, las formas como se puede decir una cosa; de qué manera discernir si una cosa es verdadera o falsa; qué se debe concluir en cada caso; qué es lo coherente y qué lo contrario a cada cosa; y, puesto que muchas veces se dicen expresiones ambiguas, de qué forma se puede distinguir y explicar cada una de ellas. Esto debe saberlo el orador, ya que con frecuencia se le presentan circunstancias como las señaladas; pero, como son cosas áridas por sí mismas, deberá añadir en su explicación una cierta brillantez de estilo.

Y dado que en todo lo que se enseña con un método racional lo primero que hay que hacer es definirlo —en efecto, si entre los que discuten no hay un acuerdo sobre la naturaleza de aquello sobre lo que se discute, no se puede ni discutir correctamente, ni llegar jamás a una solución—, deberemos frecuentemente explicar con palabras nuestra opinión sobre cada cosa, y deberemos aclarar, mediante definición, las nociones oscuras, entendiendo por definición la explicación más breve posible de aquello de que se trata; después, como sabes, una vez definida la naturaleza de cada cosa, hay que ver cuáles son las especies o partes de esa naturaleza, para repartir entre ellas el conjunto del discurso. Así pues, ese que yo quiero presentar como elocuente ha de tener esta facultad de poder definir cada cosa, y no de la forma apretada y breve en que suele hacerse en las discusiones de los eruditos, sino con más claridad, con más extensión y con más adaptación al sentido común y a la inteligencia de la gente; y ese mismo ha de saber también, cuando las circunstancias exijan, dividir y clasificar todo un género en especies concretas, de manera que ninguna de ellas falte ni ninguna sobre. En lo que se refiere a cuándo hacer esto y cómo, no es momento de explicarlo ahora, puesto que, como dije más arriba, quiero ser un crítico, no un maestro.

b) Filosofía

Y no debe sólo estar instruido en la dialéctica, sino que debe también tener conocimientos y práctica de todos los temas de la filosofía. Y es que sin esta ciencia que acabo de citar no podrá hablar ni explicar con profundidad, con amplitud y con abundancia, nada sobre la religión, nada sobre la muerte, nada sobre la piedad, nada sobre el amor a la patria, nada sobre el bien y el mal, nada sobre la virtud y el vicio, nada sobre las obligaciones, nada sobre el dolor, nada sobre el placer, nada sobre las pasiones y pecados del alma, temas que muchas veces se presentan en las causas y que son tratados con excesiva sequedad.

c) Otras ciencias (historia, física, derecho)

Estoy hablando todavía sobre el contenido de un discurso y no sobre el tipo de estilo. Pretendo, en efecto, que el orador tenga del tema del que va a hablar un conocimiento digno de oídos cultos antes de pensar con qué palabras o de qué manera lo dirá. Pretendo incluso que, para ser grande y en cierta forma sublime, como dije más arriba de Pericles, debe conocer física. De esta forma, cuando pase de las cosas celestes a las humanas, sus palabras y sus pensamientos serán sin duda más sublimes y espléndidos. Y si ha de conocer las cosas del cielo, no quiero que ignore tampoco las del hombre. Conozca el derecho civil, dél que necesitan todos los días las causas del foro. ¿Qué hay, en efecto, más vergonzoso que aceptar la defensa de causas legales y civiles, desconociendo las leyes y el derecho civil?

Conozca también la sucesión de los hechos y la historia del pasado, sobre todo de nuestra ciudad, pero también de los pueblos dominantes y de los reyes ilustres. Esta tarea nos ha sido facilitada por el trabajo de nuestro amigo Atico, el cual ha reunido en un solo libro la historia de setecientos años, observando el orden cronológico y mencionando los hechos en su momento sin olvidar ninguno importante. Desconocer qué es lo que ha ocurrido antes de nuestro nacimiento es ser siempre un niño. ¿Qué es, en efecto, la vida de un hombre, si no se une a la vida de sus antepasados mediante el recuerdo de los hechos antiguos? El recuerdo del pasado y el recurso a los ejemplos históricos proporcionan, con gran deleite, autoridad y crédito a un discurso.

2. De retórica

a) Los tipos de causas

Con estos conocimientos podrá abordar las causas, de las que tendrá que conocer en primer lugar los tipos. Tendrá, en efecto, claro que en todo aquello en lo que se litiga, la controversia es introducida o bien por el establecimiento de los hechos, o bien por la aplicación de los textos legales; en lo que se refiere a los hechos, la controversia gira sobre su autenticidad, su rectitud o su denominación; en lo que se refiere a los textos legales, sobre su ambigüedad o la contradicción entre ellos. Hay un tercer tipo de controversia, consistente en dar la impresión de que una cosa es lo que pensamos y otra lo que decimos, que suele ser el resultado de la omisión de una palabra; entonces nos encontramos con que una misma cosa tiene dos significados, lo cual es lo típico de la ambigüedad.

b) Los argumentos

Puesto que los géneros de causas son pocos, también son pocas las reglas sobre los argumentos a utilizar. Se enseña que son dos los lugares de donde se pueden sacar argumentos: uno de los propios hechos, otros añadidos de fuera.

Es, pues, el tratamiento de los hechos el que hace que un discurso guste, ya que las ideas al respecto son ciertamente fáciles de conocer.

c) partes del discurso

Tras ello, sólo queda lo que ya es terreno de la técnica: introducir el discurso con un exordio, en el que se debe atraer la simpatía del auditorio, despertar su atención y prepararle para que se deje enseñar; exponer los hechos con brevedad, verosimilitud y claridad, para que se pueda entender de qué se trata el asunto; confirmar la propia tesis, rechazar la del contrario, y hacer esto, no desordenadamente, sino cerrando cada uno de los argumentos, de forma que la conclusión sea una consecuencia lógica de las premisas que se han establecido para demostrar cada uno de los puntos; y tras todo ello, cerrar con una peroración que encienda o que apague. Es difícil decir en este momento la forma de tratar cada una de estas partes, ya que no siempre son tratadas de la misma forma. Pero, puesto que yo no busco un orador al que instruir, sino un orador al que aprobar, daré en primer lugar mi aprobación a aquel que vea qué es lo conveniente en cada momento.

El decorum en cada parte

Efectivamente, el orador elocuente debe sobre todo poner en práctica la sabia habilidad de adaptarse a las circunstancias y a las personas. Y es que ni siempre, ni ante todos los auditorios, ni contra todos los adversarios, ni en todas las defensas, ni para todos, se debe hablar, pienso, de la misma forma. Será, pues, elocuente aquel que pueda acomodar su discurso a lo que es conveniente en cada caso. Y cuando tenga esto claro, entonces dirá cada cosa como hay que decirla, y no dirá con sequedad lo pingüe, ni con pequeñez lo grande, ni a la inversa, sino que la forma de su discurso estará en paralelo y de acuerdo con el propio contenido. Los exordios serán moderados, sin que tengan todavía palabras encendidas, sino agudos comentarios destinados a desacreditar al contrario o a disponer al auditorio en favor de uno mismo. Las narraciones serán verosímiles y expuestas con claridad en un estilo, no historiográfico, sino casi conversacional. Después, si se trata de causas sencillas, el hilo de la argumentación será también sencillo, tanto a la hora de demostrar como a la hora de refutar y esto se ha de observar de tal forma que a medida que sube en importancia el contenido así también subirá el tono del discurso. Pero cuando se trata de una causa en la que se pueda sacar a relucir la fuerza de la elocuencia, entonces el orador se extenderá más ampliamente, entonces conducirá los sentimientos, los cambiará y los dispondrá a su gusto, es decir, según pida la naturaleza de la causa y las circunstancias del momento.

El tono elevado en las cuestiones generales

Pero, en este caso, esa admirable ornamentación, gracias a la cual la elocuencia ha llegado a tan alto grado de prestigio, aparece en dos sitios. Efectivamente, si bien todas las partes del discurso deben ser dignas de elogio, de manera que no salga de la boca del orador ninguna palabra que no sea majestuosa y elegante, hay sobre todo dos partes que son las más brillantes y, en cierta forma, las más calurosas: una, para mí, es el planteamiento de la cuestión general, a la que, como dije más arriba, los griegos llaman «thesis»; la otra, son las exaltaciones y amplificaciones, a las que los mismos griegos llaman «auxesis». Estas últimas, aunque deben estar repartidas por igual en todo el cuerpo del discurso, sin embargo deben abundar sobre todo en los desarrollos generales, los cuales se llaman generales porque parecen ser los mismos en las numerosas causas, aunque deben ser específicos en cada una de ellas. Y en verdad que esa parte del discurso que trata de una cuestión de orador general afecta frecuentemente a las causas en su totalidad; efectivamente, sea lo que sea eso que, en una controversia, es algo así como el punto de debate —a lo que los griegos llaman krinomenon—, eso conviene tratarlo de forma que se convierta en una cuestión general y que se dé la impresión de que se está hablando de una causa universal, a menos que la cuestión se plantee sobre la veracidad de un hecho, la cual suele ser buscada mediante conjeturas. Esta cuestión universal debe ser tratada, no con el estilo de los peripatéticos —existe, en efecto, entre éstos un método elegante establecido ya desde Aristóteles—, sino con algo más de nervio y los desarrollos generales sobre el asunto se tratarán de manera que se hable suavemente a favor de los clientes y duramente contra los adversarios. Por otro lado, en la amplificación de las cosas y, viceversa, en su minoración, no hay nada que no pueda hacer un discurso; ello se debe hacer incluso en medio de la argumentación, siempre que haya ocasión de amplificar o de minorar, y en la peroración se debe hacer de forma ilimitada. 




Comentarios

  1. Interesante y muy útil tema, tratado magistralmente. ¡Gracias! - Igual de interesantes son los que están enseguida, al final del blog, pertinentes al derecho.

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